Las normas jurídicas suelen hablar un idioma propio: cargado de tecnicismos que, para la mayoría, parecen frases frías y abstractas. Sin embargo, detrás de esas expresiones se esconden cambios reales en la forma de trabajar, decidir y gestionar recursos públicos.
La Nueva Ley General de Contrataciones Públicas (Ley N.° 32069) no es la excepción. Sus páginas están llenas de términos que, leídos rápidamente, parecen neutros. Pero, en la práctica, cada palabra encierra transformaciones de fondo en la contratación estatal.
Comprender este lenguaje secreto es clave para no quedarse solo en la letra de la ley y entender su impacto en la vida diaria de las entidades, los proveedores y los ciudadanos.
1. “Valor por dinero”
En apariencia, se trata de un anglicismo más, una moda conceptual. Pero significa una ruptura con décadas de cultura contractual centrada en el precio más bajo como único criterio de adjudicación.
- Antes: ganaba el que ofrecía menos, aunque luego entregara bienes de mala calidad, servicios deficientes u obras que se deterioraban en poco tiempo.
- Ahora: el Estado debe evaluar el ciclo de vida del bien o servicio, la calidad técnica, los costos de mantenimiento, la eficiencia energética y hasta el impacto ambiental.
Ejemplo:
Si una entidad compra computadoras, no basta con el precio unitario. Se evaluará también la durabilidad, el consumo eléctrico y la garantía. Así, una propuesta más cara en el corto plazo puede resultar más barata a lo largo del tiempo.
El mensaje oculto es contundente: lo barato ya no es necesariamente lo mejor.
2. “Supervisión concurrente”
Suena a tecnicismo jurídico, pero es un cambio estructural. Significa que el OECE ya no actúa al final del proceso como un fiscalizador tardío, sino que acompaña y observa en tiempo real mientras la entidad desarrolla la contratación.
Esto implica que:
- Si un comité de selección redacta mal un requisito, la observación llega de inmediato.
- Si se evalúan ofertas con criterios distintos a los previstos, el OECE puede ordenar corregir antes de adjudicar.
Impacto práctico: se acabó la idea de “luego corregimos”. Los errores se detectan y enmiendan sobre la marcha. Esto reduce arbitrajes, nulidades y procesos desiertos, pero también aumenta la presión sobre los funcionarios, que saben que cada decisión será examinada en vivo.
3. “Interoperabilidad”
Palabra que parece propia de ingenieros informáticos, pero que cambia radicalmente la verificación de información.
La ley dispone que el Registro Nacional de Proveedores (RNP) esté conectado automáticamente con entidades como Sunat, Reniec, OSCE y otros sistemas estatales.
¿Qué significa en la práctica?
- Una empresa con sanciones ya no puede ocultarlas.
- Un proveedor con problemas tributarios no podrá fingir solvencia.
- Los funcionarios ya no pueden alegar desconocimiento: la información está cruzada y actualizada al instante.
Este simple tecnicismo ataca directamente la opacidad y los “vacíos informativos” que antes facilitaban la participación de empresas de fachada.
4. “Catálogos electrónicos”
Puede sonar como una formalidad más, pero marca un cambio en la lógica de compras: para ciertos bienes y servicios, las entidades ya no pueden diseñar procesos propios, sino que deben usar catálogos digitales centralizados.
Esto genera dos efectos claros:
- Eficiencia y estandarización: se reduce el tiempo de adquisición y se eliminan las diferencias de precios entre entidades.
- Menos discrecionalidad: ya no se pueden manipular especificaciones para favorecer a un postor específico.
El catálogo electrónico es, en esencia, una “tienda virtual del Estado”, donde cada entidad compra con transparencia y bajo reglas uniformes.
5. “Planeamiento multianual”
Frase que aparece en muchas normas, pero que pocas veces se cumple.
Con la Ley 32069, el planeamiento deja de ser un enunciado decorativo: sin estudios de mercado claros, sin programación anticipada y sin expedientes técnicos bien elaborados, los procesos simplemente no podrán sostenerse en los plazos cortos de la nueva ley.
El tecnicismo esconde una exigencia cultural: ya no se puede improvisar. Las compras de última hora, hechas a la carrera en diciembre para “no perder el presupuesto”, se vuelven inviables bajo este esquema.
6. Otros términos que no son tan inocentes
- “Participación de MYPEs”: más que un formalismo, es una política de redistribución del mercado estatal hacia pequeños proveedores.
- “Criterios de sostenibilidad”: lo que parece un detalle, en realidad se convierte en una llave de desempate que puede cambiar quién gana contratos millonarios.
- “Ciclo de vida del contrato”: ya no se evalúa solo el inicio (la compra), sino todo el recorrido (uso, mantenimiento, reposición).
La Ley 32069 está escrita en un lenguaje técnico, pero cada palabra encierra un cambio cultural y práctico.
“Valor por dinero” redefine cómo se elige al ganador; “supervisión concurrente” convierte al OECE en un árbitro activo; “interoperabilidad” acaba con las excusas de información; “catálogos electrónicos” estandarizan las compras; y “planeamiento multianual” obliga a pensar antes de comprar.
En definitiva, el lenguaje secreto de la Ley 32069 nos recuerda que no basta con leer la norma: hay que traducir sus tecnicismos en acciones concretas. Porque lo que parece un simple término técnico es, en realidad, una puerta de entrada a un nuevo modelo de contratación pública.
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